sábado, 17 de enero de 2009

Camino sin camino I

Por el sendero íbamos juntos, seguíamos hacia el horizonte por el angosto camino que nacía a nuestros pies, y seguros avanzábamos en una dirección. Éramos felices, sabíamos que no había obstáculos delante. Y la vida era tranquila, y en ese sendero sobrevivimos a tormentas, tempestades, al frío, a la lluvia, al sol y al viento, y crecimos juntos, hasta que un día, entre la niebla y sin querer me salí del sendero, y todo cambió de repente, pues ya no sabía lo que era mi vida, ya no tenía a nadie conocido, me cruzaba con gente, para luego despedirme, ya no sabía quién era. Antes creía que el final del sendero sería el final de todo, de mi vida, pero ahora no lo sabía, ignoraba cuanto me esperaba por vivir. Ahora era un explorador que perdido en su sombra y en sus pasos caminaba, tan solo mis huellas me decían por donde no debería de volver a pasar. Y pasaron los años.

Fue difícil ser libre y estar perdido en medio de la nada, había sido mucho más fácil la vida en el camino, con los demás. Pero poco a poco aprendí a vivir solo, aprendí a defenderme y en los momentos de soledad ya no lloraba, sacaba mi guitarra y cantaba junto a los que me cruzaba fuera del sendero. Aprendí a ser feliz y juré que nunca volvería a seguir un camino, que siempre sería libre, porque seguir un camino significa aceptar muchas cosas malas.

lunes, 12 de enero de 2009

en... mayo del 2018...

Hay días en los que pienso en mi vida, sentado en el viejo escalón de fría piedra mi mirada se pierde en los recuerdos que pasan por mi mente, recuerdos de viajes, de personas, de los lugares por los que he pasado, y hoy es uno de esos días. Me desperté inquieto pensando en ella, ¿qué sucedía? A qué se debía ese nudo en el estómago. Pasó la mañana y la inquietud dio paso a una sensación de agobio, como cuando tienes un examen o como cuando has hecho algo malo y sientes remordimientos. Pero estaba vez yo no había hecho nada, olvidaba algo importante. Que me perseguía como un murmullo en el viento. Desde que volví a Granada había estado pensando en ti, incluso por las noches soñaba con una calle de parís por la que paseábamos de noche, pero el tiempo había pasado tan deprisa, los días ya se habían convertido en años, las ilusiones en problemas, y nuestros intentos por quedar ahora eran complicadas estratagemas para escabullirnos de nuestra rutina, hacía mucho que no te veía, que no pasábamos una tarde juntos sentados simplemente hablando en un café, hacía tanto que echaba de menos a aquella mente agitada y aquella sonrisa. No recuerdo lo que nos había pasado algún día años atrás, quizás sea el tiempo el que en un cuello de botella ahoga la amistad, el amor y el deseo, quizás todo nace para terminar, y nuestra amistad simplemente terminó ahogada en un vaso de rutina y de obligaciones, cuando crecemos siempre crecen los problemas, y creo que eso fue lo que nos sucedió, que crecimos demasiado. Me dirigía a la oficina de empleo, desaliñado, tosía. Acababa de volver a Granada, hacía justo un año y quince días que no pisaba a España pero había decidido regresar. Solía pensar que vivir en una ciudad extranjera, sólo y sin apenas conocer el idioma era lo que mejor nos ayudaría a conocernos a nosotros mismos, pero no había sido el caso, el que siempre había creído estar seguro de sí mismo se había equivocado, y se había alejado de todo lo que alguna vez tuvo, sus amigos y su familia. Mayo de 2018, quién me iba a decir que la vida pasaba tan rápido, que tan rápido perdíamos la juventud y llegábamos a los trentaipico y todavía esperando. Desalentado caminaba recordando las calles, los lugares por los que hace 11 años había sido feliz con tanta gente. Me senté en un café y saqué la libreta mi vieja libreta de dibujos, con las tapas marrones de cuero y ese olor a goma y grafito que me golpeó al abrirla, estaba llena, llena de una juventud que ya había desaparecido, que se había marchitado. Pasaba las páginas asombrándome de mi mismo: verano de 2008, octubre, noviembre, los viajes en Francia, y el 12 de enero un rostro me devolvió la mirada, era tu dibujo, sentada en una mesa me devolvías la mirada con esos ojos claroscuros de papel, miré la fecha y recordé que aquel dibujo lo había hecho el día de tu cumpleaños, en una de mis tardes estudiando frente a la ventana de mi habitación, en Francia. Te había dedicado una poesía y en la dedicatoria ponía una fecha. El corazón comenzó a latirme rápido y el café se me atragantó, los segundos ahora eran eternos y los minutos insufribles, era el día, y en pocos minutos sería la hora. Había olvidado por completo la fecha y la promesa, demasiados problemas tenía en mi cabeza para recordarlo.
Subía a trompicones por las piedras del Albaycín, el sol brillaba tenue en el horizonte, se oía una guitarra y el murmullo de los turistas en la Plaza de San Nicolás, corrí justo hasta la cruz, y como si de un loco se tratase intentaba encontrarte entre los rostros desconocidos, pero no te veía, quizás te habías olvidado de la fecha o de la hora, o quizás simplemente no querías venir, puede que incluso me hubieras olvidado. Me senté frente a la Alhambra, roja y dorada reflejaba el sol del atardecer. Volví a la cruz, y despidiéndome del paisaje descubrí tu rostro entre la multitud, sentada con los pies colgando, con una larga falda de verde de seda, y una camiseta de colores, con un pañuelo también verde en la cabeza y con unas gafas de pasta, sonreías con el sol dándote en la cara, con esa media sonrisa cálida que tanto me gustaba, también contemplabas la Alhambra. Al acercarme a ti mis ojos sintieron ahogarse, se inundo de nudos mi garganta y mi corazón se aceleró hasta hacerme daño en el pecho, me acerqué a ti y sin decir nada te abracé en silencio. Me miraste con los ojos empañados:
_No quiero que volvamos a separarnos ¿me lo prometes?
_Te lo prometo.

sábado, 10 de enero de 2009

Mañana extraña

Me encontraba en medio de una calle desconocida, despoblada, el polvo y el humo me envolvían y ese olor a metralla y a pólvora que envolvía la escena apenas me dejaba respirar. No dejaba de correr hacia algún lugar que desconocía, era una calle desierta, y de vez en cuando detrás de mí se levantaban columnas de humo y tierra para luego terminar en un estruendo de triste destrucción. Era el sonido de la guerra, me sentía perdido en país desconocido, con gente que nunca había visto, y de repente llegué a algún lugar que no recuerdo, vi algo importante, algo grande, algo así como una revelación que no llego a esclarecer, y entonces abrí los ojos y me encontré en la fría oscuridad, arropado, estaba sólo en un lugar al que hacía tiempo que no volvía, me levanté y me dirigí hacia la ventana, y según subía la persiana me di cuenta de que había algo raro en todo aquello, una luz misteriosa detrás de las verdes cortinas, era una luz mágica que todo lo envolvía, era extraño, como si me hubiera asomado a la proa de un transatlántico y tuviera el océano ante mis ojos, tan inmenso, tan puro, me sentí extrañamente afortunado y me froté los ojos antes de darme cuenta de que en realidad era nieve. Nieve en Aix-en-provence.