lunes, 28 de marzo de 2011

En la tormenta de la tierra mojada

Como gotas resbalaban en mi tímpano

las notas del eco acústico de las cuerdas frías,

de tambores de instrumentos

que resuenan en la lejanía,

en el yunque un martillazo,

un estribo de algo que diluía

mi conciencia en un éxtasis de placer,

que en liquido sonido parecía

llevarme al infinito,

y en la ceruminosa oscuridad de la habitación

la voz se arrastraba por los agudos vértices del utrículo

que en el vestíbulo de mi conciencia

aguardaba un sentimiento

que afloraba.

Una lengua de órgano desconocidos,

palabras que escapan a mi entendimiento,

que son simple música,

que repiten un mensaje

que inconsciente crepito

en el pabellón de la memoria

que aguarda el silencio de una lluvia

torrencial,

de un cristal fino,

de un verde intenso,

de un olor a ozono humedecido

despierta en la tormenta de la tierra mojada,

se ralentiza,

parece un aullido de tristeza

de su voz resuena hasta el horizonte de estrellas,

de negros cielos de agujeros

donde espera el vacío

la eternidad del sonido

en todas sus formas,

sin partituras ni notas graves,

sólo agudos



silencio, un crujido, aturdido

Un sonido en la mañana que despierta en ecos de silencio, un crujido, aturdido a trompicones se deja caer en el vacío del tiempo, inaudito placer que denota la presencia de algo vivo, que fluye en el espacio, dimensiones imperceptibles que se escapan al sonido y al tacto parecen gotas de agua frías como cristales, que en hidrófilos vértices cortan la piel y rasgan los sueños de un día, ventisca la mañana y tormenta la noche, deja de clavarme estacas en el corazón, vuelve al agujero del negro olvido, esconderé tus fotos en el horrible armario que todo ignora, y guardare tus besos bajo llave en sobre cerrado, arrancaré tus cartas de mi pecho, de mis oídos tus palabras, de mi vista tus ojos que me miran, los arrancaré, y de mi memoria el sonido de tu respiración, y en medio de la oscura noche aún siento palpitar mi corazón, al mismo ritmo, inspiro igual que siempre, el silencio es el mismo, no ha cambiado, el color negro de la luz apagada exacto, el olor de mi cuarto es parecido.

lunes, 14 de marzo de 2011

Leviatán

En la humedad y el olor a sal, las nubes parecían juntarse con el mar que, tranquilo, parecía esperar. Los pies del monte empapados por el fuerte oleaje en precipicios escarpados de roca oscura, casi negra, que las gaviotas descendían hasta la superficie espumosa del agua removida, para volver a emprender el vuelo cargadas de espinas. En la playa me tumbé sobre la grava, que estaba húmeda, fría, salada y suave. Cerré los ojos y soñé que se removían las entrañas de la tierra y que en su interior algún demonio rugía en un grito, hasta que el suelo del miedo que tenía tembló, parecía un llanto de rabia, un pataleo,una rabieta, y todo ese odio en una fuerza sobrenatural pareció desatarse. De la temible batalla librada en el infierno conseguí escuchar los ecos de su fragor, la energía ascendía desde las piedras hasta la palma abierta de mis manos, la grava bailaba en un tintineo que parecía crepitar bajo las yemas de mis dedos, y en mitad del sueño desperté. El mar parecía haber desaparecido, sólo había grava y el agua que se alejaba a borbotones, como una goma que se estiraba sin fin, como cuando en la orilla miras la espuma de la marea en tus pies y sientes un vértigo que te remueve las entrañas, y crees que vas a caer. Y caí, como la premonición de algo que no quería ver, tan sólo quise dormir de nuevo y despertar cuando el Leviatán desatado se hubiera marchado. Y adormecido en la arena, en mi sueño, lo escuché aproximarse como un bramido silbante hacia la playa, y en un estruendo sentí su líquido abrazo, que me atrapó y me zarandeó como una hoja en el ojo de un huracán, para luego escupirme. Sentí el fango en mis pulmones, escuché gritos, vi la luz del fuego y el sueño se apoderó de mí de nuevo, y me dejé guiar por el rumor de la nada, por el blanco de la luz, y por el sonido del silencio.