jueves, 17 de noviembre de 2011

Posada en un monte


Entre escarpadas montañas yace un valle húmedo donde la hierba ya no muere, y brota entre colinas la ciudad perdida, la bella fortaleza del misterio y del eterno amor, de la guerra entre lo bello y lo inmortal. La fortaleza posada en la montaña delicada y frágil como una hoja en otoño, como una perla color granate que los siglos han transportado envuelta en la magia del olor a azahar, y que ni en las guerras la pólvora osaron destruir. 
Enamorados de lo oculto los viajeros quedaron cautivos de su belleza, y en sus patios pudieron saciar su deseo y su pasión, encandilados pudieron observar la belleza máxima y sintieron el aroma supremo. Cuentan que algunos se sumergieron en las aguas de sus fuentes, y en la alberca de la inspiración brotaron de sus ideas cuentos mágicos y pinturas de seda y luz.
Escondida en un bosque, la ciudad intentó encontrarla, y la descubrió sobre la colina mientras yacía dormida, y sus ojos que son ventanas brillaban cual estrellas cuando caía la noche. Iluminada la ciudad el resplandor ascendía al cielo y la oscuridad desaparecía para que la Alhambra no volviera a apagarse nunca. Desde el mirador de San Nicolás los enamorados podrían volver a encontrarla, y prisioneros de ese amor podrían sentir el vértigo de los elementos, desde allí comprobar que ni la altura de las montañas glaciares, ni el calor estival sofocante, ni la ciudad que durante milenios se había lanzado sobre ella para conquistarla, ya ni el horizonte finito eran rival, y que su belleza siempre sería la misma y en su frágil sueño dormiría eterna esperando a los viajeros perdidos que toparan con ella.


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