jueves, 1 de octubre de 2009

New York City


Como picas elevadas contra el cielo, clavadas en un telón azul eléctrico manchado de nubes grises rasgan el cielo de antenas oxidadas. Amasijos de ladrillo y vidrio metálico se yerguen de paredes verticales que no son sino una perpendicular al horizonte infinito y prolongado de las calles. Cada noche te coinvertías en un parpadeo eléctrico sobre un telón ahora negro, y algunas sombras se dejaban ver, perdidas y borrachas vagando entre la séptima y la octava, para que al final la luz de la mañana revelara el bullicioso caos que escondes en tus entrañas. Y en el centro de todo la naturaleza encuentra su refugio fuera del hormigón ardiente y de las columnas de humo que se apresuran hacia el cielo. Del asfalto trepa el vapor aprisionado en el subsuelo, calor, taxis amarillos y más luces. Sigo caminando y ante mí se eleva el altar del capitalismo en forma de color y parpadeos eléctricos, postes publicitarios que se mueven sin cesar. En ese altar se permite todo pagando, y todos pretenden estar en él, en el cruce del horror donde las venas de Nueva York se cortan en forma de plaza, es el corazón palpitante de occidente, convertido en números y finanzas. Y es al llegar a este punto cuando te das cuenta de que no eres más que un código de barras, que tu condición de humano aquí no sirve de nada, no eres único, eres uno más vestido por ellos, alimentado por ellos, y cuantos más seamos mayor será la cifra que manejan. Al llegar a Times Square se abrieron mis ojos, contra los escaparates una multitud alborotada se apretaba y en las cajas colas infinitas de gente haciendo turno. Al llegar a Times Square mis ojos se abrieron al darse cuenta de la verdad. Habían estado cerrados mucho tiempo.

viernes, 17 de julio de 2009

Vuelta a Ciudad Soledad


Vuelves a la ciudad a limpiar todo lo que el tiempo ha olvidado, que cubierto de polvo ha envejecido, amistades, lugares, gente, momentos escondidos en segundos, minutos y días de ausencia, y ahora, vuelvo y creo que ya no soy de aquí, ni de allí, que estoy en medio de un montón de gente que ya se ha olvidado de mi hace tiempo, aunque yo nunca los haya olvidado. Porque es fácil acostumbrarse a las cosas, a los cambios, y tacharé de cínicos a los que digan que el tiempo no olvida, pasa para todos, y todos caemos en ese torbellino que nos arrastra hacia quien sabe qué. Todos, todos hemos cambiado tanto. Donde quedan aquellas despedidas, aquel “nos veremos en un año y todo será igual”, aquellas promesas y aquella pena que durante meses nos acompañó, y quizá sea este el mejor momento para empezar de nuevo, pero al fin y al cabo siempre ha sido así, es la misma historia repetida una y otra vez, y me pregunto ¿empezar a qué?

lunes, 2 de febrero de 2009

Encanto

Y cada mañana al salir el sol el encanto desaparecía y te convertías de nuevo en un ser frío e inerte como la piedra, inservible, y con un semblante férreo tu mirada dirigida al suelo, y parecía ausente, y de no haberte visto noches antes despierta ni siquiera me percataría de tu presencia. De pie parecías esperar a que el manto de la noche volviera a cubrir el cielo y que así el encanto desapareciese. Mirándote todo el día fijamente, abstraído el cielo comenzó a teñirse de un azul marino y violeta cada vez más oscuro, y cuando se ocultó en el horizonte contemplé lo más raro que jamás había visto.

Cuando ya parecía que la oscuridad de la noche iba invadirnos empezaste a parpadear, como la luz eléctrica de una bombilla pendida del techo, tu brillo guiñaba cada vez más rápido hasta que el tintineo desapareció y la luz surgió. Despertaste. Parecías estar rodeada de un aura mágica, y todo lo que a ti se acercaba se convertía en sombras diabólicas que de los pies a la cabeza, deformes, te seguían y a veces te adelantaban. Aún despierta eras un ser solitario, tan solo el viento te mecía cuando soplaba fuerte. Debías de estar helada. Te observaba desde mi ventana, y en la fría calle, clavada en el suelo, pensé que eras un ser único, algo mágico e inexplicable, así que decidí bajar para verte más de cerca, incluso pensé en tocarte.

Llegué al último peldaño y pisé el asfalto negruzco lleno de charcos. Continué caminando hasta que detrás de la esquina parecía reflejarse una luz en el suelo, sabía que eras tú, no tenía miedo, sólo curiosidad, necesitaba observarte más de cerca para saber que eras real. Mi corazón latía cada vez más fuerte, al fin sabría cómo eras, sabría si estabas vestida o desnuda, descubriría el auténtico color de tu tez, y si eras real o un sueño. Di un paso y la luz iluminó mis pies, y al darle la vuelta a la esquina mis ojos se abrieron al verte tan de cerca, y la tu luz se reflejó en mis pupilas empapadas de lágrimas de emoción, pues no estabas sola. Corrí por en medio de la carretera y me detuve frente a ti, pero ya no sabía cuál de ellas eras, porque todas erais iguales, cientos de farolas alumbrabais la calle aquella noche. Y en aquella línea mágica de luces tan sólo eras un punto más, como una estrella encerrada en una lata.


sábado, 17 de enero de 2009

Camino sin camino I

Por el sendero íbamos juntos, seguíamos hacia el horizonte por el angosto camino que nacía a nuestros pies, y seguros avanzábamos en una dirección. Éramos felices, sabíamos que no había obstáculos delante. Y la vida era tranquila, y en ese sendero sobrevivimos a tormentas, tempestades, al frío, a la lluvia, al sol y al viento, y crecimos juntos, hasta que un día, entre la niebla y sin querer me salí del sendero, y todo cambió de repente, pues ya no sabía lo que era mi vida, ya no tenía a nadie conocido, me cruzaba con gente, para luego despedirme, ya no sabía quién era. Antes creía que el final del sendero sería el final de todo, de mi vida, pero ahora no lo sabía, ignoraba cuanto me esperaba por vivir. Ahora era un explorador que perdido en su sombra y en sus pasos caminaba, tan solo mis huellas me decían por donde no debería de volver a pasar. Y pasaron los años.

Fue difícil ser libre y estar perdido en medio de la nada, había sido mucho más fácil la vida en el camino, con los demás. Pero poco a poco aprendí a vivir solo, aprendí a defenderme y en los momentos de soledad ya no lloraba, sacaba mi guitarra y cantaba junto a los que me cruzaba fuera del sendero. Aprendí a ser feliz y juré que nunca volvería a seguir un camino, que siempre sería libre, porque seguir un camino significa aceptar muchas cosas malas.

lunes, 12 de enero de 2009

en... mayo del 2018...

Hay días en los que pienso en mi vida, sentado en el viejo escalón de fría piedra mi mirada se pierde en los recuerdos que pasan por mi mente, recuerdos de viajes, de personas, de los lugares por los que he pasado, y hoy es uno de esos días. Me desperté inquieto pensando en ella, ¿qué sucedía? A qué se debía ese nudo en el estómago. Pasó la mañana y la inquietud dio paso a una sensación de agobio, como cuando tienes un examen o como cuando has hecho algo malo y sientes remordimientos. Pero estaba vez yo no había hecho nada, olvidaba algo importante. Que me perseguía como un murmullo en el viento. Desde que volví a Granada había estado pensando en ti, incluso por las noches soñaba con una calle de parís por la que paseábamos de noche, pero el tiempo había pasado tan deprisa, los días ya se habían convertido en años, las ilusiones en problemas, y nuestros intentos por quedar ahora eran complicadas estratagemas para escabullirnos de nuestra rutina, hacía mucho que no te veía, que no pasábamos una tarde juntos sentados simplemente hablando en un café, hacía tanto que echaba de menos a aquella mente agitada y aquella sonrisa. No recuerdo lo que nos había pasado algún día años atrás, quizás sea el tiempo el que en un cuello de botella ahoga la amistad, el amor y el deseo, quizás todo nace para terminar, y nuestra amistad simplemente terminó ahogada en un vaso de rutina y de obligaciones, cuando crecemos siempre crecen los problemas, y creo que eso fue lo que nos sucedió, que crecimos demasiado. Me dirigía a la oficina de empleo, desaliñado, tosía. Acababa de volver a Granada, hacía justo un año y quince días que no pisaba a España pero había decidido regresar. Solía pensar que vivir en una ciudad extranjera, sólo y sin apenas conocer el idioma era lo que mejor nos ayudaría a conocernos a nosotros mismos, pero no había sido el caso, el que siempre había creído estar seguro de sí mismo se había equivocado, y se había alejado de todo lo que alguna vez tuvo, sus amigos y su familia. Mayo de 2018, quién me iba a decir que la vida pasaba tan rápido, que tan rápido perdíamos la juventud y llegábamos a los trentaipico y todavía esperando. Desalentado caminaba recordando las calles, los lugares por los que hace 11 años había sido feliz con tanta gente. Me senté en un café y saqué la libreta mi vieja libreta de dibujos, con las tapas marrones de cuero y ese olor a goma y grafito que me golpeó al abrirla, estaba llena, llena de una juventud que ya había desaparecido, que se había marchitado. Pasaba las páginas asombrándome de mi mismo: verano de 2008, octubre, noviembre, los viajes en Francia, y el 12 de enero un rostro me devolvió la mirada, era tu dibujo, sentada en una mesa me devolvías la mirada con esos ojos claroscuros de papel, miré la fecha y recordé que aquel dibujo lo había hecho el día de tu cumpleaños, en una de mis tardes estudiando frente a la ventana de mi habitación, en Francia. Te había dedicado una poesía y en la dedicatoria ponía una fecha. El corazón comenzó a latirme rápido y el café se me atragantó, los segundos ahora eran eternos y los minutos insufribles, era el día, y en pocos minutos sería la hora. Había olvidado por completo la fecha y la promesa, demasiados problemas tenía en mi cabeza para recordarlo.
Subía a trompicones por las piedras del Albaycín, el sol brillaba tenue en el horizonte, se oía una guitarra y el murmullo de los turistas en la Plaza de San Nicolás, corrí justo hasta la cruz, y como si de un loco se tratase intentaba encontrarte entre los rostros desconocidos, pero no te veía, quizás te habías olvidado de la fecha o de la hora, o quizás simplemente no querías venir, puede que incluso me hubieras olvidado. Me senté frente a la Alhambra, roja y dorada reflejaba el sol del atardecer. Volví a la cruz, y despidiéndome del paisaje descubrí tu rostro entre la multitud, sentada con los pies colgando, con una larga falda de verde de seda, y una camiseta de colores, con un pañuelo también verde en la cabeza y con unas gafas de pasta, sonreías con el sol dándote en la cara, con esa media sonrisa cálida que tanto me gustaba, también contemplabas la Alhambra. Al acercarme a ti mis ojos sintieron ahogarse, se inundo de nudos mi garganta y mi corazón se aceleró hasta hacerme daño en el pecho, me acerqué a ti y sin decir nada te abracé en silencio. Me miraste con los ojos empañados:
_No quiero que volvamos a separarnos ¿me lo prometes?
_Te lo prometo.

sábado, 10 de enero de 2009

Mañana extraña

Me encontraba en medio de una calle desconocida, despoblada, el polvo y el humo me envolvían y ese olor a metralla y a pólvora que envolvía la escena apenas me dejaba respirar. No dejaba de correr hacia algún lugar que desconocía, era una calle desierta, y de vez en cuando detrás de mí se levantaban columnas de humo y tierra para luego terminar en un estruendo de triste destrucción. Era el sonido de la guerra, me sentía perdido en país desconocido, con gente que nunca había visto, y de repente llegué a algún lugar que no recuerdo, vi algo importante, algo grande, algo así como una revelación que no llego a esclarecer, y entonces abrí los ojos y me encontré en la fría oscuridad, arropado, estaba sólo en un lugar al que hacía tiempo que no volvía, me levanté y me dirigí hacia la ventana, y según subía la persiana me di cuenta de que había algo raro en todo aquello, una luz misteriosa detrás de las verdes cortinas, era una luz mágica que todo lo envolvía, era extraño, como si me hubiera asomado a la proa de un transatlántico y tuviera el océano ante mis ojos, tan inmenso, tan puro, me sentí extrañamente afortunado y me froté los ojos antes de darme cuenta de que en realidad era nieve. Nieve en Aix-en-provence.