Como gotas resbalaban en mi tímpano
las notas del eco acústico de las cuerdas frías,
de tambores de instrumentos
que resuenan en la lejanía,
en el yunque un martillazo,
un estribo de algo que diluía
mi conciencia en un éxtasis de placer,
que en liquido sonido parecía
llevarme al infinito,
y en la ceruminosa oscuridad de la habitación
la voz se arrastraba por los agudos vértices del utrículo
que en el vestíbulo de mi conciencia
aguardaba un sentimiento
que afloraba.
Una lengua de órgano desconocidos,
palabras que escapan a mi entendimiento,
que son simple música,
que repiten un mensaje
que inconsciente crepito
en el pabellón de la memoria
que aguarda el silencio de una lluvia
torrencial,
de un cristal fino,
de un verde intenso,
de un olor a ozono humedecido
despierta en la tormenta de la tierra mojada,
se ralentiza,
parece un aullido de tristeza
de su voz resuena hasta el horizonte de estrellas,
de negros cielos de agujeros
donde espera el vacío
la eternidad del sonido
en todas sus formas,
sin partituras ni notas graves,
sólo agudos