lunes, 14 de marzo de 2011

Leviatán

En la humedad y el olor a sal, las nubes parecían juntarse con el mar que, tranquilo, parecía esperar. Los pies del monte empapados por el fuerte oleaje en precipicios escarpados de roca oscura, casi negra, que las gaviotas descendían hasta la superficie espumosa del agua removida, para volver a emprender el vuelo cargadas de espinas. En la playa me tumbé sobre la grava, que estaba húmeda, fría, salada y suave. Cerré los ojos y soñé que se removían las entrañas de la tierra y que en su interior algún demonio rugía en un grito, hasta que el suelo del miedo que tenía tembló, parecía un llanto de rabia, un pataleo,una rabieta, y todo ese odio en una fuerza sobrenatural pareció desatarse. De la temible batalla librada en el infierno conseguí escuchar los ecos de su fragor, la energía ascendía desde las piedras hasta la palma abierta de mis manos, la grava bailaba en un tintineo que parecía crepitar bajo las yemas de mis dedos, y en mitad del sueño desperté. El mar parecía haber desaparecido, sólo había grava y el agua que se alejaba a borbotones, como una goma que se estiraba sin fin, como cuando en la orilla miras la espuma de la marea en tus pies y sientes un vértigo que te remueve las entrañas, y crees que vas a caer. Y caí, como la premonición de algo que no quería ver, tan sólo quise dormir de nuevo y despertar cuando el Leviatán desatado se hubiera marchado. Y adormecido en la arena, en mi sueño, lo escuché aproximarse como un bramido silbante hacia la playa, y en un estruendo sentí su líquido abrazo, que me atrapó y me zarandeó como una hoja en el ojo de un huracán, para luego escupirme. Sentí el fango en mis pulmones, escuché gritos, vi la luz del fuego y el sueño se apoderó de mí de nuevo, y me dejé guiar por el rumor de la nada, por el blanco de la luz, y por el sonido del silencio.

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