Cuando desperté amanecía como una gota en el bosque de la Alhambra, y entre las ramas descubrí el cielo de un día soleado como muchos otros sentí evaporarme en una bruma misteriosa, y me arrastré hasta adentrarme en tus patios, me precipité entre los muros de la fortaleza. A lo lejos los chorros de agua bailaban tranquilos con las golondrinas, y entre la fina joyería de tu yeso vi poesía antigua que de tu belleza hablaba. Añoré días antiguos de calma y de reposo, y me filtré en los mármoles de tu solería y en un chorro salté de la boca de un león, para convertirme en historia, me transformé por un momento en la belleza última y sublime del agua en fuente del misterio, en manantial de la inspiración y de la sabiduría, y conocí en aquel instante el vértigo de la materia y del misterio. Y me sentí de nuevo arrastrada al triste Darro que volvería a alejarme del brillo místico que me alumbraba, que me volvía un ser mágico aunque sólo fuera agua.
jueves, 8 de diciembre de 2011
Si fuera agua
Cuando desperté amanecía como una gota en el bosque de la Alhambra, y entre las ramas descubrí el cielo de un día soleado como muchos otros sentí evaporarme en una bruma misteriosa, y me arrastré hasta adentrarme en tus patios, me precipité entre los muros de la fortaleza. A lo lejos los chorros de agua bailaban tranquilos con las golondrinas, y entre la fina joyería de tu yeso vi poesía antigua que de tu belleza hablaba. Añoré días antiguos de calma y de reposo, y me filtré en los mármoles de tu solería y en un chorro salté de la boca de un león, para convertirme en historia, me transformé por un momento en la belleza última y sublime del agua en fuente del misterio, en manantial de la inspiración y de la sabiduría, y conocí en aquel instante el vértigo de la materia y del misterio. Y me sentí de nuevo arrastrada al triste Darro que volvería a alejarme del brillo místico que me alumbraba, que me volvía un ser mágico aunque sólo fuera agua.
jueves, 17 de noviembre de 2011
Posada en un monte
miércoles, 28 de septiembre de 2011
Flandes
En la Gran Plaza hay mucha gente, demasiada, hay torres, hay campanarios, hay edificios altos, tiendas, hay ajetreo. Cada día diría que bajo de mi refugio en mi colina cerca de la Madeleine y es lo primero que encuentro, una avenida atascada de autos que me lleva a esa plaza rectangular. Volver a casa son diecinueve minutos en los que camino por un puente en el que se cruzan vías de tren, de metro y de tranvía. Cuando dejo todo eso atrás cruzo la autovía por un puente. Me paro, miro los coches, sigo, vuelvo a mirar detrás, y desde aquel lugar se ven campanarios altos como el cielo, se ve humo de chimeneas cuando se hace tarde, y a veces de la niebla no se ve nada, por eso Lille parece estar en el cielo. La calle parece serpentear y subir como una culebra la colina del cementerio, las casas se alternan, alternan madera y ladrillo gastado que parece desmoronarse en barro si lo tocas. Pero luego lo tocas y es sólido como la piedra, y tiene moho, y a veces la humedad se mete en los huesos y sientes que te estas bañando en lago de agua fría. Pero subir esa cuesta ayuda, el frío ya no es tan frío, y al final, cuando llegas al café de la esquina ves una iglesia, giras a la izquierda y ves una calle roja y negra. Rojas las paredes, y negro el ladrillo oscurecido, aunque cuando hay sol el verde resalta y parece que todo se llena de hiedras que trepan por todas partes, y no hay cortinas, no hay persianas, por la noche ves la gente sentada, de pie, ves luces en cada ventana. Ves torres y campanarios a lo lejos, pero a veces la niebla no te deja ver nada.
viernes, 20 de mayo de 2011
luciérnaga
Hubo un país muy lejano en el que para encontrar el amor una princesa se encadenó en una torre, y juró que hasta que el amor no se la llevara no bajaría de su alcázar, no bebería más agua que la que la lluvia el aportara y no comería otra cosa que no fuera la hierba y los frutos que brotaran a la sombra en la verdina de las rocas de la torre.
Pasó el tiempo y la princesa, que nunca había pisado el mundo real, comenzó a leer historias de caballeros y creyéndoselas esperó impaciente a que alguien acudiera pronto a rescatarla.
Le habían contado que el amor vendría solo, poco a poco, que no lo amaría la primera vez, sino con el paso lento del tiempo, y que cuando necesitara volver a verlo cada día estaría enamorada. Le habían contado que su amor tendría los cabellos dorados como el sol, los ojos brillantes como la luna, y que en la noche la alumbraría con la llama de su fuego, así que apresurada por encontrarlo la princesa pasó noches esperando en la ventana, apoyada en la piedra, observando las estrellas, contándolas, y en su inocencia creyó empezar a enamorarse de una de ellas.
Era la que más brillaba, la que siempre la iluminaba en las noches oscuras sin luna, la que cuando tenía miedo parpadeaba para que no se sintiera sola, y cada noche se quedaba contemplando su amada estrella un poco más, y tal fue su amor que el ocaso se le juntaba con el alba, y ya ni comía ni bebía, su rostro cansado de espera y de angustia se consumió, sus brazos ya no eran brazos, sino esbozos de ramas retorcidas y su boca se convirtió en un fruto paso por el tiempo. Sus ojos eran ahora el triste reflejo de su lisiada alma, perlas de ámbar pálidas, y su cuerpo un tronco arrugado.
Una noche una luciérnaga se posó en su ventana, jubilosa y delgada de no comer, la princesa logró desatarse de las cadenas, y cuando la luciérnaga emprendió vuelo se internó en las malezas del bosque. Entusiasmada la princesa se precipitó al vacío y se sumergió tras ella, guiada por el tenue punto flotante de luz se hundió en la oscuridad, y atrapó la luciérnaga. Para que no volviera a escaparse le cortó las alas, y de dolor la luciérnaga murió. La princesa supo entonces que su amor no era ese, que su estrella no era aquel bicho apagado y débil, intento encontrar un claro desde el que observar el cielo estrellado, pero las ramas formaban un tapiz de hojas opacas.
Loca por no encontrarla, inmersa en la humedad de la noche, anidó sus raíces en el suelo y en hiedra se enroscó en sí misma, como el olmo y el fresno, esperando poder ver de nuevo las estrellas.
lunes, 28 de marzo de 2011
En la tormenta de la tierra mojada
Como gotas resbalaban en mi tímpano
las notas del eco acústico de las cuerdas frías,
de tambores de instrumentos
que resuenan en la lejanía,
en el yunque un martillazo,
un estribo de algo que diluía
mi conciencia en un éxtasis de placer,
que en liquido sonido parecía
llevarme al infinito,
y en la ceruminosa oscuridad de la habitación
la voz se arrastraba por los agudos vértices del utrículo
que en el vestíbulo de mi conciencia
aguardaba un sentimiento
que afloraba.
Una lengua de órgano desconocidos,
palabras que escapan a mi entendimiento,
que son simple música,
que repiten un mensaje
que inconsciente crepito
en el pabellón de la memoria
que aguarda el silencio de una lluvia
torrencial,
de un cristal fino,
de un verde intenso,
de un olor a ozono humedecido
despierta en la tormenta de la tierra mojada,
se ralentiza,
parece un aullido de tristeza
de su voz resuena hasta el horizonte de estrellas,
de negros cielos de agujeros
donde espera el vacío
la eternidad del sonido
en todas sus formas,
sin partituras ni notas graves,
sólo agudos
silencio, un crujido, aturdido
lunes, 14 de marzo de 2011
Leviatán
En la humedad y el olor a sal, las nubes parecían juntarse con el mar que, tranquilo, parecía esperar. Los pies del monte empapados por el fuerte oleaje en precipicios escarpados de roca oscura, casi negra, que las gaviotas descendían hasta la superficie espumosa del agua removida, para volver a emprender el vuelo cargadas de espinas. En la playa me tumbé sobre la grava, que estaba húmeda, fría, salada y suave. Cerré los ojos y soñé que se removían las entrañas de la tierra y que en su interior algún demonio rugía en un grito, hasta que el suelo del miedo que tenía tembló, parecía un llanto de rabia, un pataleo,una rabieta, y todo ese odio en una fuerza sobrenatural pareció desatarse. De la temible batalla librada en el infierno conseguí escuchar los ecos de su fragor, la energía ascendía desde las piedras hasta la palma abierta de mis manos, la grava bailaba en un tintineo que parecía crepitar bajo las yemas de mis dedos, y en mitad del sueño desperté. El mar parecía haber desaparecido, sólo había grava y el agua que se alejaba a borbotones, como una goma que se estiraba sin fin, como cuando en la orilla miras la espuma de la marea en tus pies y sientes un vértigo que te remueve las entrañas, y crees que vas a caer. Y caí, como la premonición de algo que no quería ver, tan sólo quise dormir de nuevo y despertar cuando el Leviatán desatado se hubiera marchado. Y adormecido en la arena, en mi sueño, lo escuché aproximarse como un bramido silbante hacia la playa, y en un estruendo sentí su líquido abrazo, que me atrapó y me zarandeó como una hoja en el ojo de un huracán, para luego escupirme. Sentí el fango en mis pulmones, escuché gritos, vi la luz del fuego y el sueño se apoderó de mí de nuevo, y me dejé guiar por el rumor de la nada, por el blanco de la luz, y por el sonido del silencio.
domingo, 6 de febrero de 2011
Título sin decidir
Melisa despertó en su cama cuando la luz, que trepaba lentamente por las sábanas, alcanzó su mejilla, y el suave calor de la primavera la hizo bostezar, y poco a poco sus ojos se abrieron, dulcemente. Desde la ventana de su cuarto las vistas eran preciosas, los tejados del centro viejo de la ciudad escalaban la colina en remolinos blancos de tejas rojas. Los días eran simplemente un regalo del cielo, había terminado los exámenes, esperaba hacer una entrevista en una semana para un posible nuevo trabajo. Ahora tan solo quería disfrutar esos días, leer, escuchar música, comer bien, salir por las tardes a contemplar el atardecer desde el mirador de San Nicolás. Anoche se había acostado pronto, no había escuchado la lluvia, pero debía de haber llovido mucho, pues los rayos del sol se reflejaban en los charcos de la calle. El verde era intenso, y el azul, manchado de nubes blancas. Preparó un café y se sentó a leer el correo. Nada interesante, cartas del banco, recibos, publicidad. El teléfono sonó.
_Ya voy, ¡un momento! Gritó mientras se apresuraba a descolgarlo.
El montón de cartas cayó al suelo cuando lo rozó con su camisón, y algunas debajo del sofá. Cuando acercó el teléfono a su cabeza, su rostro parecía aun relajado, pero su ceño fue frunciéndose de incomprensión al principio, luego posó mal la taza en la mesita de noche y esta cayó en una mancha marrón sobre la alfombra. Se llevó la misma mano que sostenía el café a su boca, ahora abierta en una mueca de dolor que se ahogaba, y los ojos se le fueron empañando hasta que en su lagrimal se precipitó el llanto.
_Melisa, lo siento mucho, lo encontraron por la mañana. No han podido hacer nada. Necesitamos que reconozcas el cadáver.