Y cada mañana al salir el sol el encanto desaparecía y te convertías de nuevo en un ser frío e inerte como la piedra, inservible, y con un semblante férreo tu mirada dirigida al suelo, y parecía ausente, y de no haberte visto noches antes despierta ni siquiera me percataría de tu presencia. De pie parecías esperar a que el manto de la noche volviera a cubrir el cielo y que así el encanto desapareciese. Mirándote todo el día fijamente, abstraído el cielo comenzó a teñirse de un azul marino y violeta cada vez más oscuro, y cuando se ocultó en el horizonte contemplé lo más raro que jamás había visto.
Cuando ya parecía que la oscuridad de la noche iba invadirnos empezaste a parpadear, como la luz eléctrica de una bombilla pendida del techo, tu brillo guiñaba cada vez más rápido hasta que el tintineo desapareció y la luz surgió. Despertaste. Parecías estar rodeada de un aura mágica, y todo lo que a ti se acercaba se convertía en sombras diabólicas que de los pies a la cabeza, deformes, te seguían y a veces te adelantaban. Aún despierta eras un ser solitario, tan solo el viento te mecía cuando soplaba fuerte. Debías de estar helada. Te observaba desde mi ventana, y en la fría calle, clavada en el suelo, pensé que eras un ser único, algo mágico e inexplicable, así que decidí bajar para verte más de cerca, incluso pensé en tocarte.
Llegué al último peldaño y pisé el asfalto negruzco lleno de charcos. Continué caminando hasta que detrás de la esquina parecía reflejarse una luz en el suelo, sabía que eras tú, no tenía miedo, sólo curiosidad, necesitaba observarte más de cerca para saber que eras real. Mi corazón latía cada vez más fuerte, al fin sabría cómo eras, sabría si estabas vestida o desnuda, descubriría el auténtico color de tu tez, y si eras real o un sueño. Di un paso y la luz iluminó mis pies, y al darle la vuelta a la esquina mis ojos se abrieron al verte tan de cerca, y la tu luz se reflejó en mis pupilas empapadas de lágrimas de emoción, pues no estabas sola. Corrí por en medio de la carretera y me detuve frente a ti, pero ya no sabía cuál de ellas eras, porque todas erais iguales, cientos de farolas alumbrabais la calle aquella noche. Y en aquella línea mágica de luces tan sólo eras un punto más, como una estrella encerrada en una lata.