Desperté empapado en sudor, y aún dormido corrí las cortinas a un lado. La calle parecía estar cubierta de un vaho y ni el sol se veía, no había nubes solo una neblina mágica que lo cubría todo. Pensé que del calor los cristales se habían empañado por fuera, y cuando abrí la contraventana dejé de oler el ambientador de lavanda, el humo penetró en mis pulmones, y las cenizas comenzaron a depositarse en mi mesita de noche, parecía nieve sucia, pero no estaba fría, y olía a papel quemado.
Las torres y cúpulas estaban rodeadas de un aura mágica que envolvía el aire asfixiante, la calle vacía salpicada de gente que corría con mascarillas y coches que pasaban son las ventanillas subidas. Apenas distinguía más allá del otro lado de la calle. Los cuarenta grados apenas me dejaban respirar, y tras cinco minutos mi garganta empezó a secarse como cuando te acercas mucho a una barbacoa aún humeante. Cerré la ventana y me senté en la cama ¿QUÉ ESTABA SUCEDIENDO? ¿HABÍA LLEGADO EL FUEGO A La CIUDAD?
Cogí mi cámara de fotos y recorrí parques y calles de niebla densa, el Москва parecía difuminarse en el horizonte, los parques también, todo, todo había cambiado, y todo tenía ese aspecto de tragedia postbélica, parecía que nadie se movía ya, ya no había nadie, la ciudad como una Pompeya inmensa, Moscú se asfixiaba en una nube.