domingo, 17 de enero de 2010

En un frasco de cristal

De color verde tu olor inspiraba en mis noches encerrado, en ese vidrio transparente lo imaginaba tan fresco como el rocío que decantado en los pétalos amanecía en mi mente anclado tu recuerdo, que no me dejaba despertar: ¿cómo sería tu perfume? aun en sueños me acerqué a ti lentamente, y con mis dedos te cogí, tan frágil que me dió miedo el imaginar cómo te rompías en miles de afilados vértices, tras el reflejo acuoso el líquido elixir esperaba escondido ser descubierto, pero una vez que lo hiciera sabía que el hidroxilo de tu esencia te evaporaría como incienso, desaparecerías.

Quería comprobarlo.

Y entre los cristales rotos, al principio, quedó tan solo un charco de acuosa materia, y mientras te contemplaba, triste, desapareciste, poco a poco, y en efluvios ascendentes lo inundaste todo. Aspiré y me transporté a aquel lugar de mi infancia que ya casi había olvidado, verde como la hierba y azul como el mar, corría por una calle de A Coruña, angosta y gris como el cielo de aquel día, y me llevó hasta aquel frasquito de perfume reluciente, que durante años había guardado con recelo, esperando el momento para convertirlo de nuevo en aire. Ya antes lo había intentado, pero no había podido, y siempre te había tapado de nuevo. Esta vez quise liberarte para que en esencia te convirtieras de nuevo.
Para que fueras un recuerdo libre,
para que nunca más estuvieras encerrado en un frasco de cristal.

miércoles, 13 de enero de 2010

Se apagó la luz


Amplias ventanas empañadas en el vaho reflejaban las luces desde fuera garabateaban siluetas distorsionadas como bocetos de algo frío. Me ponía de los nervios. Alcé mi mano y con el guante deshice el borrón. Vi con claridad. No soportaba los cristales empañados del autobús. Me gusta ver el exterior claramente. Una de las cosas que más me sorprenden de la línea 21 es que conozco su recorrido tan perfectamente que no hace falta que mire el camino, sé cuando tengo que presionar el botón y sé cuando tengo que levantarme, para guardar el libro y salir del autobus. Aquella tarde sucedió algo extraordinario;
Acababa de darme cuenta de que en dos paradas tendría que bajarme, así que guardé mi libro y me dediqué a mirar la demás gente del autobús, como siempre. Pero no había nadie, claro, eran las 11 y llovía. La luz de la ciudad de repente desapareció, y como en una pesadilla las tinieblas envolvieron el autobús, ya no sabía si rodába o si flotaba en la penumbra, las hileras de árboles eran ahora siluetas oscuras contra el cielo de ese oscuro rojo nocturno, y los edificios parecían antiguas siluetas de castillos encantados de ciudades fantasma. Llegué a mi parada. Bajé. No había nadie, ni un ruido. Ni un maullido.
Silencio

"¿Dónde estoy?"

Tardé exactamente 7 segundos en darme cuenta de que aquel panorama tenebroso era mi calle, no había luz en las farolas, y como un tonto me quedé en medio de la vacía avenida, contento de encontrar de nuevo la noche que hacía tanto que no veía, la noche que echaba tanto de menos. La lluvia cesó, e incluso pude llegar a ver alguna estrella entre las nubes. No entiendo muy bien por qué razon esa noche algo cambió en mi modo de verlo todo,
No todo es luz, también hay oscuridad, como en ese momento. Y la felicidad no es la meta ni el camino. La meta es que nos completemos como seres, y el camino es felicidad y es la tristeza. No todo es blanco, ni negro. Las cosas son como las veas, o a veces como te dejen que las veas. Y yo en ese momento, lo veía todo negro.

Inspirado en el apagón que sumió mi barrio en la más absoluta oscuridad, a las 23:24 el 13 de Enero de 2010.

lunes, 11 de enero de 2010

Copo, copito, copón.


Cada mañana al despertarme subía la persiana, miraba durante un instante el panorama invernal de hojas en el suelo y árboles cada vez más desnudos, frío. Aquella mañana mientras sostenía con ambas manos un vaso de té algo inaudito sucedió. Del cielo empezó a caer ceniza helada, aunque no olía a fuego. Pero no era una ceniza normal, se trataba de algo frío que desaparecía cuando lo tocaba, dejando un rastro húmedo en su lugar, era la magia del frío y del calor. Era el frío en estado sólido, y pensé que ser un copo de nieve debía de ser algo triste, vives solo en un descenso apacible para desaparecer al rozar el asfalo. Qué vida tan aburrida, me dije. Al menos las gotas de agua sentían cierta emoción al caer veloces y estrellarse contra el suelo. Entonces pensé que la nieve era una version más glamurosa que la lluvia, su versión burguesa que envuelta en bisón blanco carecía de sentimientos, pero era tan bella, que inspiraba nuestros poemas, con su blancura parecía querer transmitirnos algo: que en el mundo no hay colores, solo
blanco.

lunes, 4 de enero de 2010

noche de invierno


- Llevo esperándote toda la noche
- Devuelveme la felicidad
- ¿Qué gano yo a cambio?
- Mi gratitud
- Quiero tu alma a cambio
- Prefiero ser un desalmado feliz y no vivir con esta angustia
- Entonces no vivirás



Cuando la puerta del número 12 de Hornbosteig Straat se abrió ya era de día, la suela de unos zapatos de piel se hundió en un charco que el barro había vuelto carmesí. Un abrigo de tela verde oscuro, un metro cincuenta de estatura, unos guantes de cuero negro que tapaban sus arrugadas manos, y un sombrero de ala adornado con plumas de ganso que coronaba su cabeza. A sus setentaicinco años cada mañana daba una vuelta a la manzana con su coquer de pelo largo y marrón, luego volvía a casa, alcanzaba a duras penas la estantería donde en un tarro cristalino escondía de nadie los sobrecitos de té, calentaba agua en una tetera y se sentaba a ver los días pasar, hora tras hora, segundo tras segundo. Pero ese día no iba a llegar muy lejos. Al cerrar la puerta de su casa, sintió una brisa fría en la única parte de su cuello que la bufanda no llegaba a tapar. Después sus pasos resonaron tres veces antes de que un grito desgarrara aquella mañana de invierno.
Cuando la policía la interrogó, todos los vecinos coincidieron en algo, hacía tiempo que a esa anciana se le había ido la cabeza.

sábado, 2 de enero de 2010

¡Oh! blanca navidad


Comienza el 2010, y como cada nuevo año nos afanamos en felicitarnos porque en vez de un 9 ahora escribiremos un 10, aunque sepamos que la navidad consistirá en una serie de comidas obligadas con amigos que hace mucho que no veo, y a veces prefiero ni ver, en familiares con caras largas que critican a otros no presentes y que se critican entre ellos, y en fiestas, de nuevo obligadas aunque sepamos de antemano que la mejor noche es aquella que surge de forma espontánea y sin ser planeada. También le dedicamos largas sesiones de reflexión a pensar lo estupendo o lo malo que fue este año, y lo mucho peor que será el siguiente, aunque sepamos que la naturaleza no entiende de números, que las tormentas no se toman las uvas, y que si esa nochevieja tiene que haber un temporal lo habrá, aunque tu te hayas gastado no se cuantos euros en un vestido, por que sí.
La navidad, año tras año, ha ido perdiendo todo el encanto que algún día, en mi infancia tuvo, porque creo que además de desconocer la verdadera identidad de los reyes magos, y que papá Noel era en realidad un inmigrante ilegal con barba postiza, no entendía los sutiles insultos y amenazas que mi familia se lanzaba, entre gamba y canapé, como si de un ritual navideño más se tratara, cada 31 de Diciembre a las doce menos cuarto, justo antes de que una rubia operada, pagada por la tele pública, se comiera doce uvas y brindara con champán del francés embutida en un trozo de tela cosido por un tal Armani.