lunes, 9 de agosto de 2010
nubes de humo
viernes, 16 de julio de 2010
El día en que odié a Hans Riegel
Abrí la puerta, que me respondió con el chirrido seco de las visagras. Fui a la cocina a lavarme las manos. Cuando montaba en bus una de las cosas que más me angustiaba era agarrarme a la barra roja. No siempre, sólo a veces, cuando estaba resbaladiza, pues pensaba la cantidad de dedos, y manos que la habían tocado. No soy un sibaritas ni un tiquismiquis, pero desde el boom de la gripe porcina algunos de esos hábitos se han quedado grabados en mi subconsciente y ahora los repito de manera sistemática. Cerré el grifo y me giré. Encima del mantel a cuadros de la cocina había una barra de pan de la nueva panadería del barrio y una bolsa multicolor de ese plástico brillante con dibujos de colores chillones que te indican que el contenido lejos de ser saludable es dulce como la melaza. Me abalancé a la bolsa y miré el interior. Los colores del arcoíris aparecían representados en formas de frutas y geométricas, de osos y de aviones, que reflejaban una luz mórbida, reflejo sebáceo que olía a perfume de frutas exóticas y a frescor de colonia . Mis manos como hipnotizadas por el dulce carbohidrato se escaparon a mi control y se lanzaron al interior de la bolsa, la textura era suave, esponjosa, dulce como el algodón y resbaladiza como la miel. No podía evitar disfrutar con el sabor que al contacto inundaba paladar y los laterales de la lengua. Se pegaban en los dientes, pero eso no evitó que una tras otra fuera comiéndome todas las formas de golosina, hasta la última.
Veinte minutos y mi estómago, mis ojos, mi boca, todo mi cuerpo reaccionó al atracón de azúcares y grasas saturadas: ojos cansados, tos, boca seca de alpargata, cansancio, sopor, dolor de estómago y un sabor a náuseas que ascendía de mi esófago.
Ese fue el día en el que odié las gominolas.
jueves, 8 de julio de 2010
Saddler Street
Cruzando Elvet Bridge me pareció revivir un cuento de caballeros y doncellas vestidas de H&M cargadas con bolsas e Marks&Spencer. La calle principal tenía una obertura en la pared, algo como una pequeña callejuela que ascendía angosta y llena de tuberías oxidadas. En un cartel pude leer "Waterstones", y trepando por esa calle fue como descubrí el café Vennels, un lugar donde las viejas del pueblo se acercaban a las 5 a tomar el té, donde el carrotcake parecía llevar carrot de verdad y donde las vistas al castillo volvían la estancia más acogedora.
jueves, 4 de marzo de 2010
Beneficio sin oficio
La vida en nuestros días se ha complicado mucho, y bajo la capa de maquillaje que esconde un estómago lleno y unos cuantos euros en el bolsillo, encontramos almas demacradas, ojos que ya se han secado de tanto llorar, y corazones que sangran día a día. Me pregunto si habrá un día en el que la Tierra sea un lugar justo para vivir y no un caramelo que hay que aprender a tomar, aprender a pelar, aprender a chupar, por qué simplemente no podemos disfrutarla sin más, como un úlimo día para vivir, o como un último momento para amar todo lo que somos, y no lo que podemos llegar a ser. ¿Por qué nos enseñan a trabajar en lugar de enseñarnos a disfrutar con lo que hacemos? Porque hoy en día lo que cuenta ya no es el oficio, tan sólo el beneficio.
martes, 16 de febrero de 2010
Algún lugar
Hoy he vuelto al lugar donde pasé la mejor tarde de mi vida. Era la misma hora y parecía el mismo sitio, pero sin embargo no había gritos de niños, ni gaviotas, la música se había apagado, y el banco estaba triste y solo. Pero corría la misma brisa, así que pensé que quizás te harías convertido en aire. Y una sonrisa se dibujó en mi rostro.
viernes, 12 de febrero de 2010
Decidí morir
La luz blanca lo inundaba todo, al principio tan solo eso, hasta que supe que me habían llevado a un psiquiátrico, los médicos me dijeron que me quedaba poco tiempo de vida, mi corazón no resistió la sobredosis, ¿años? ¿meses? no, sólo una semana. Pasaron los días, y me di cuenta de que en esas circunstancias no quería morir, no en tan poco tiempo, aún tenía algo pendiente, quería ver el mundo, ver un último amanecer, aún quería querer y ser querida por alguien. Me enamoré. Escapamos una mañana, con miedo y esa emoción que hacía a nuestros corazones latie más rápido, y sentíamos la adrenalina de estar más vivos que nunca. Quise aprovechar cada segundo de los días que me quedaban por delante. Y así lo hice.
Creer que iba a morir me hizo aprovechar los segundos que me quedaban y exprimir cada momento. Cada día se convirtió en un regalo.
Disfrutad de cada segundo.
¿Poquito o demasiado?
A veces ocurren acontecimientos en los que él tiene mucho que decir, simples coincidencias, peor si vuelves la vista atrás te darás cuenta de que tienes una vida tras de ti, tantos momentos que podrías escribir con ellos varias biblias, incluso más interesantes, tantas anécdotas, y un sinfín de cosas que sabes que has olvidado.
El tiempo nos acompaña desde siempre y por siempre, puede ser tu peor amigo o podéis aprender a llevaros bien, pues te dió la vida, y te la quitará, y tan solo de ti depende que lo aproveches o que dejes que se te escape como un puñado de arena entre las manos. Aprovechad el tiempo que se os ha dado, y hará de vosotros alguien de provecho.
domingo, 17 de enero de 2010
En un frasco de cristal
Quería comprobarlo.
Y entre los cristales rotos, al principio, quedó tan solo un charco de acuosa materia, y mientras te contemplaba, triste, desapareciste, poco a poco, y en efluvios ascendentes lo inundaste todo. Aspiré y me transporté a aquel lugar de mi infancia que ya casi había olvidado, verde como la hierba y azul como el mar, corría por una calle de A Coruña, angosta y gris como el cielo de aquel día, y me llevó hasta aquel frasquito de perfume reluciente, que durante años había guardado con recelo, esperando el momento para convertirlo de nuevo en aire. Ya antes lo había intentado, pero no había podido, y siempre te había tapado de nuevo. Esta vez quise liberarte para que en esencia te convirtieras de nuevo.
Para que fueras un recuerdo libre,
para que nunca más estuvieras encerrado en un frasco de cristal.
miércoles, 13 de enero de 2010
Se apagó la luz
Acababa de darme cuenta de que en dos paradas tendría que bajarme, así que guardé mi libro y me dediqué a mirar la demás gente del autobús, como siempre. Pero no había nadie, claro, eran las 11 y llovía. La luz de la ciudad de repente desapareció, y como en una pesadilla las tinieblas envolvieron el autobús, ya no sabía si rodába o si flotaba en la penumbra, las hileras de árboles eran ahora siluetas oscuras contra el cielo de ese oscuro rojo nocturno, y los edificios parecían antiguas siluetas de castillos encantados de ciudades fantasma. Llegué a mi parada. Bajé. No había nadie, ni un ruido. Ni un maullido.
"¿Dónde estoy?"
No todo es luz, también hay oscuridad, como en ese momento. Y la felicidad no es la meta ni el camino. La meta es que nos completemos como seres, y el camino es felicidad y es la tristeza. No todo es blanco, ni negro. Las cosas son como las veas, o a veces como te dejen que las veas. Y yo en ese momento, lo veía todo negro.
lunes, 11 de enero de 2010
Copo, copito, copón.
blanco.
lunes, 4 de enero de 2010
noche de invierno
- Llevo esperándote toda la noche
- Devuelveme la felicidad
- ¿Qué gano yo a cambio?
- Mi gratitud
- Quiero tu alma a cambio
- Prefiero ser un desalmado feliz y no vivir con esta angustia
- Entonces no vivirás
Cuando la puerta del número 12 de Hornbosteig Straat se abrió ya era de día, la suela de unos zapatos de piel se hundió en un charco que el barro había vuelto carmesí. Un abrigo de tela verde oscuro, un metro cincuenta de estatura, unos guantes de cuero negro que tapaban sus arrugadas manos, y un sombrero de ala adornado con plumas de ganso que coronaba su cabeza. A sus setentaicinco años cada mañana daba una vuelta a la manzana con su coquer de pelo largo y marrón, luego volvía a casa, alcanzaba a duras penas la estantería donde en un tarro cristalino escondía de nadie los sobrecitos de té, calentaba agua en una tetera y se sentaba a ver los días pasar, hora tras hora, segundo tras segundo. Pero ese día no iba a llegar muy lejos. Al cerrar la puerta de su casa, sintió una brisa fría en la única parte de su cuello que la bufanda no llegaba a tapar. Después sus pasos resonaron tres veces antes de que un grito desgarrara aquella mañana de invierno.
sábado, 2 de enero de 2010
¡Oh! blanca navidad
La navidad, año tras año, ha ido perdiendo todo el encanto que algún día, en mi infancia tuvo, porque creo que además de desconocer la verdadera identidad de los reyes magos, y que papá Noel era en realidad un inmigrante ilegal con barba postiza, no entendía los sutiles insultos y amenazas que mi familia se lanzaba, entre gamba y canapé, como si de un ritual navideño más se tratara, cada 31 de Diciembre a las doce menos cuarto, justo antes de que una rubia operada, pagada por la tele pública, se comiera doce uvas y brindara con champán del francés embutida en un trozo de tela cosido por un tal Armani.